jueves, 20 de marzo de 2014

LEIVA. Valladolid, 18 de marzo de 2014.

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Iba a escribir una bitácora, pero no tengo memoria suficiente para recordar cada detalle y no me sobra paciencia para ir recopilando cada momento con mimo y cuidado. Así que voy a hablar de sensaciones, de pensamientos e instantes mágicos. Voy a hablar de cómo un tipo tan flaco y diminuto, tan pequeño, se puede volver tan grande y, de un salto, devorar el escenario de la misma manera que un león engulle a su presa.

Voy a contar que hacía frío y que la organización no estuvo nada fina durante la apertura de puertas, de hecho, más de uno se quejaba y, entre murmullos, escuché a alguien decir que pondría una reclamación. Pero una vez que entras en la sala, te haces hueco y te dejas envolver por ese ambiente pre-concierto, los ánimos se calman, se apaciguan. Leiva pisa el escenario con esa energía tan sui generis y el enfado se esfuma por completo y te centras en el ritmo de su música y te dejas enredar.

Me gustaría haber podido grabar algo, como siempre. Pero con Pólvora las cosas vuelven a ser grandes y, si quieres una instantánea cercana y de calidad, tienes que dejar pasar las horas cargado de provisiones al principio de una cola interminable. Y yo ya no tengo ganas ni edad ni cervicales para liarme en esas historias de amor incondicional de fan adolescente. Me vi incrustada en el centro de la masa y, para más inri, mi teléfono prehistórico decidió pasar a otra vida y, entre intentar solventar este pequeño gran problema técnico y disfrutar del momento, elegí lo segundo, por supuesto.

Vibré como nunca, bailé como si no hubiera un mañana y me dejé la garganta y parte de la espalda en el intento. Pero mereció la pena. La buena música siempre merece la pena. Y Leiva nunca defrauda. Llevo tiempo siguiendo su carrera y puedo decir sin temor a equivocarme que, ya desde aquellos maravillosos años con Pereza, su sonido en directo es espectacular. Supongo que será cuestión de contratar a técnicos de sonido con talento y de rodearse de un grupo de músicos excelentes que, en cuanto están sobre las tablas, disfrutan, se entregan y muestran sin pudor alguno su enorme potencial. Porque a Leiva y sus chicos se les nota que se divierten con lo que hacen, porque hacen lo que les gusta y tú lo percibes, te elevas, flotas y acabas sumergiéndote en otra dimensión, la dimensión Leiband. No se puede gozar más, aunque sólo sea un rato y, cuando todo acaba, siempre te quedas con ganas de más, esperando con ansias la siguiente cita.

Me pasaba con Pereza y con Leiva volando en solitario la sensación se multiplica. Salgo de la sala satisfechamente insatisfecha, con ganas de repetir. Debe ser la magia de un artista de raza, que ama la música y que, como él mismo dice, tiene un compromiso muy grande con ella. Y sé que no soy la única loca que siente esa fidelidad y en ella queda atrapada, porque otra de esas cosas típicas que me pasan cuando me escapo sola a ver una actuación es que acabo conociendo gente, personas maravillosas, amigos y amigas de concierto con las que, quizá, sin saberlo, haya coincidido en otras ocasiones. Porque sí, hay muchos repetidores cuando se trata de los directos del gran Lei. No puedo permitirme seguirle durante toda la gira, pero, desde Diciembre, llevo tres conciertos y, si cuento los cinco de Pereza, incluyendo, por supuesto, el mítico espectáculo de Las Ventas (¿2008?), me sale un total de ocho directos. Todos magníficos. Y todos en eléctrico, la espinita del acústico todavía la tengo clavada, es un asunto pendiente que algún día zanjaré.

Mi frágil memoria de pez impide que me acuerde bien del repertorio, pero puedo decir que me llamó la atención que tocara tantas canciones de Pereza. Sonaron Como lo tienes tú, Por mi tripa, Windsor (“por los viejos tiempos”) y, cómo no, Lady Madrid. Metiéndonos ya en Diciembre, Eme no podía faltar, tampoco Miedo o Aunque sea un rato y, mucho menos, Vis a Vis. Pero de Pólvora se comió un par de joyas que adoro y también Francesita (aunque esa ausencia se la perdono, ya no contaba con ella). Eso sí, ¡cómo suenan Palomas y Afuera en la ciudad en directo! Es una emoción indescriptible. ¿Y qué decir de Pólvora, Los cantantes y Terriblemente Cruel? En fin, que como siempre, casi me estalla el corazón.

Leiva es un genio y, en vivo, su hechizo se multiplica. Me gusta imaginar cómo es como persona. Tiene que ser un gran tipo (un pequeño gran tipo), se me antoja que reservado o, tal vez, hasta tímido, el típico bicho raro que se esconde pero que, una vez se desata, acaba siendo un embaucador. Esta es la impresión que yo tengo de él sin conocerle. Es lo que me transmite desde la distancia a través de ese encanto que tiene cuando habla. A saber si es así de verdad, pero me temo que me quedaré con las ganas de conocerle, no tengo enchufe para ello ni estoy ya en edad de ir de grupie por la vida, así que viviré con esa pena y, sin embargo, analizándolo desde un punto de vista positivo, así tampoco corro el riesgo de que se me caiga el mito.

Y es en el tren de vuelta a casa cuando me acomodo en una de esas incómodas butacas y Pólvora vuelve a sonar en mis oídos. Entonces, para no perder el hilo de una gran noche, me pongo a escribir paridas como ésta hasta el agotamiento. Y el traquetreo del convoy me mece y caigo rendida en los brazos de Morfeo.




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